A ESCONDIDAS
Mi nombre es Luis, estoy en la
frontera entre la madurez y la vejez. Me siento en esa franja de edad, en la que todos
afirmamos, con una sonrisa forzada, que estamos en nuestro mejor momento. En
realidad, desearíamos, con toda el alma, no haber pasado los treinta. Como dice
mi madre, peino canas, y las patas de gallo no me dejan restarme años, tal vez,
tres o cuatro para ligar. Prefiero las salidas para tomar unas cervezas al sol
de otoño, a esas noches desenfrenadas en bares, sin apenas luz y la música
demasiado alta. Sí, definitivamente ¡estoy mayor!
Soy profesor
de inglés en un instituto de Secundaria y Bachillerato, juego al Pádel, a diario,
para descargar el estrés laboral. Vivo solo en un precioso ático del centro de
la ciudad y soy gay. En realidad, nunca he salido del armario. No sé por qué
razón sigo guardando para mí, para mis amantes ocasionales y mi hermano mayor,
mi tendencia sexual, condición o como le quieran llamar. No veo la obligación
de explicar con quién me beso, me acuesto o me rozo. Mi hermano siempre dice
que no tengo la necesidad de abandonar el rincón del armario, porque no
encontré a la persona adecuada. Es probable… A veces, me detengo a pensar en la
reacción de mis padres o mis compañeros de trabajo, si llegaran a enterarse. En
más de una ocasión he soñado con personas que me señalaban con el dedo y me
llamaban “maricón”. ¿A quién demonios se le ocurriría semejante vocablo?
En estos primeros
días estivales, a todas horas, hablan del “Orgullo gay”. Orgullo… Una de esas
palabras con significados contrapuestos. Todas las veces que oí hablar de ella
fue para colocarla en la hoja de los sentimientos negativos. El diccionario en
su primera definición habla de exceso, y ya sabemos, porque nos lo han enseñado
a fuego, que todo en exceso es malo.
Recuerdo, en
mi paso por la antigua E.G.B. (Educación General Básica) a nuestra maestra, doña
Pepita, una enamorada de frases y dichos populares. Ella nos enseñó una larga
lista de refranes que explicaban, de forma enmascarada e indirecta, desde
anécdotas meteorológicas hasta los hábitos menos saludables. Entre aquellos refranes
había uno que me llamó especialmente la atención, porque lo había escuchado,
más de una vez, cuando las familias se sentaban a la puerta, en las noches de
verano: "Orgullo sin dinero, pozo sin agua, el candil sin aceite pronto se
apaga". ¿Habría algo más inútil que un pozo sin agua y un candil sin
aceite? Pero ese orgullo sin dinero, no lo entendía mi cabeza de apenas once
años. Como buen investigador, emprendí la tarea de averiguar el significado de
aquella primera parte del refrán.
Mi abuela
materna, que era para mí, la persona más sabia de nuestra familia, cumplió mis
expectativas y me explicó, de forma rápida y sencilla, el sentido del orgullo
en aquel dicho popular.
—Habla de esas
personas que miran por encima del hombro a los demás, se creen superiores y son
más pobres que las ratas. Esos, no llegan a ninguna parte —explicaba la abuela
mientras fregaba los platos del almuerzo.
—¿Dónde
pretenden llegar? —preguntaba yo, con esa curiosidad infantil y la norma de
recoger lo explicado al pie de la letra.
—Es una forma
de hablar. Me refiero a que quieren ser importantes, tener los mejores coches,
lucir mejores ropas, vivir en magnificas casas y alardear de ser más que los
demás. Pero para todo eso hace falta dinero.
Pese a la
explicación, yo seguía sin entender la relación entre el orgullo y el dinero.
¿Era necesario ser rico para sentirse orgulloso? ¿Era lo mismo sentir orgullo
que ser orgulloso? No sé si existe respuesta a todo esto.
Un día, no
sabría decir el momento, me sorprendió conocer que es posible sentir orgullo
como forma de amor. Aprendí aquella frase que encierra tanto bonito "Estoy
orgulloso de ti" Creo que nunca nadie me la dijo, pero sí pude sentirla en
la mirada de mi madre cuando acabé la carrera o en el abrazo de mi abuelo,
aquella vez que gané una medalla. Después, descubrí que no solo los demás
pueden estar orgullosos de tus logros o tu forma de ser, también es importante,
y casi obligatorio, sentir orgullo o sentirse orgulloso u orgullosa de: ser, vivir,
encontrarse, etc.
A veces, me pregunto
si mi familia sentiría ese orgullo hacia mí, en el caso de conocer mi secreto,
si supieran quien soy y cómo siento. Creo que, a estas alturas de mi vida, no
me apetece comprobarlo.
Hoy la palabra
orgullo nos recuerda, que debemos amarnos tal como somos. En definitiva, se
trata solo de amor y nada tiene que ver con dinero, pozos o candiles apagados.
Estoy orgulloso de quien soy, aunque no lo muestre, aunque siga en el armario,
aunque ame a escondidas. ¿A quién le importa?
Carmen Martagón
Efectivamente... a quién le importa???
ResponderEliminarAún quedan muchos armarios sin abrir, pero no hace falta que sus puertas tengan que ceder a a los deseos de los demás...
Muy bueno amiga, sobre todo por la sencillez que trasmite el relato, convirtiéndolo en naturalidad 😙
Besos.