Divinos tesoros: la juventud, la amistad, el amor, la verdad.
Nos pasamos la vida alabando esos tesoros, extrañándolos, añorando su llegada o temiendo su marcha. Pero, como todo aquello que nos pertenece alguna vez, lo dejamos en el olvido cuando lo tenemos. Es como esa lluvia, cierta y necesaria, que esperamos y admiramos tras la ventana, esa misma que resbala en nuestras manos para no regresar. Ese agua tan odiada cuando nos moja el cabello de forma inesperada.
Los cuentistas,
los grandes contadores de historias, han pintado piratas y rufianes en
busca de tesoros inventados, tesoros marcados en un mapa con una X
gigante, siguiendo un itinerario complicado, que no lleva hasta ninguna
parte.
Nos pasamos la vida
buscando la X de nuestro mapa, sin darnos cuenta que el mayor tesoro
está en nuestro presente. Lleva nombre: Juan, Carmen, Ángel, Rocío o
Lucía. Lleva cargo: mamá, papá, compañero de trabajo, maestra, hermano. Y
está situado en el punto más cercano de la existencia: aquí y ahora.
Basta mirar alrededor para encontrarlo y es nuestro mayor tesoro.
Lástima, la ceguera humana para lo importante. No me busques mañana, no me beses mañana, no me llames mañana, hazlo ahora. Puede que mañana me vaya para no volver...
Puede...
Lástima, la ceguera humana para lo importante. No me busques mañana, no me beses mañana, no me llames mañana, hazlo ahora. Puede que mañana me vaya para no volver...
Puede...
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