Si alguna vez le di derecho
a meterse en mi cabeza y en mi vida
atacando los muros de mi pensamiento,
he venido a avisarle:
recubrí de hormigón
las blancas paredes
que guardan sus recuerdos,
he puesto una cancela
con un candado, forjado en acero,
y he tirado la llave
el fondo del dolor
que me causó su olvido.
Gracias por su silencio inútil,
por lavarse las manos ante injusta condena,
por mirar a otro lado mientras yo suplicaba,
por no secar los ríos
que mis lágrimas fueron.
Gracias,
por enviarme de vuelta
al blanco de un papel,
al valor de un amigo,
a ver amaneceres de infinitos colores
y a sentir como nunca
el calor de este sol.
Gracias por demostrar que fue usted,
el céfiro y el cetro,
la cobarde mentira tras la sonrisa puesta,
la mano que no existe,
enemigo y ladrón.
Ladrón,
por robar mi memoria
y el título de amigo
que le ofrecí sin dudas,
y guardé en este tiempo
tras los muros de piedra
que hoy son de hormigón.
Carmen Martagón ©
a meterse en mi cabeza y en mi vida
atacando los muros de mi pensamiento,
he venido a avisarle:
recubrí de hormigón
las blancas paredes
que guardan sus recuerdos,
he puesto una cancela
con un candado, forjado en acero,
y he tirado la llave
el fondo del dolor
que me causó su olvido.
Gracias por su silencio inútil,
por lavarse las manos ante injusta condena,
por mirar a otro lado mientras yo suplicaba,
por no secar los ríos
que mis lágrimas fueron.
Gracias,
por enviarme de vuelta
al blanco de un papel,
al valor de un amigo,
a ver amaneceres de infinitos colores
y a sentir como nunca
el calor de este sol.
Gracias por demostrar que fue usted,
el céfiro y el cetro,
la cobarde mentira tras la sonrisa puesta,
la mano que no existe,
enemigo y ladrón.
Ladrón,
por robar mi memoria
y el título de amigo
que le ofrecí sin dudas,
y guardé en este tiempo
tras los muros de piedra
que hoy son de hormigón.
Carmen Martagón ©
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