Espérame en la orilla,
allá donde las gotas apenas salpiquen tu falda,
en el borde pequeño adoquinado
que hay junto al asfalto,
en el dobladillo que adorna tu escote cualquier día
o simplemente allí,
en los arrabales donde nos conocimos.
Espérame un segundo,
mientras reconozco en el espejo
las finas arrugas que surcan mis mejillas,
la luz que se apaga en mis pupilas,
el brillo nacarado de mi boca,
ese que ofrecía una sonrisa
a la luz deliciosa de tu abrazo.
Espérame en tu almohada,
allí reposaré mis ansias ya perdidas,
el cabello plateado adornando mis años,
la serena quietud de una mirada
y la media sonrisa de ternura
dibujada en tu rostro tras el sueño.
No dejes de soñarme
y no me sueltes nunca de tu abrazo,
aún cuando me haya ido
mantén contra tu pecho algún recuerdo
y espera mi regreso.
Carmen Martagón ©
allá donde las gotas apenas salpiquen tu falda,
en el borde pequeño adoquinado
que hay junto al asfalto,
en el dobladillo que adorna tu escote cualquier día
o simplemente allí,
en los arrabales donde nos conocimos.
Espérame un segundo,
mientras reconozco en el espejo
las finas arrugas que surcan mis mejillas,
la luz que se apaga en mis pupilas,
el brillo nacarado de mi boca,
ese que ofrecía una sonrisa
a la luz deliciosa de tu abrazo.
Espérame en tu almohada,
allí reposaré mis ansias ya perdidas,
el cabello plateado adornando mis años,
la serena quietud de una mirada
y la media sonrisa de ternura
dibujada en tu rostro tras el sueño.
No dejes de soñarme
y no me sueltes nunca de tu abrazo,
aún cuando me haya ido
mantén contra tu pecho algún recuerdo
y espera mi regreso.
Carmen Martagón ©
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